sábado, 21 de septiembre de 2013

La gimnasia y la magnesia

Uno de los errores más comunes es confundir la institución masónica, a los masones y a la masonería. Al entrar a una logia y encontrarse con un sinnúmero de situaciones puede llegar a despistar al neófito, al cual se le prometió progreso, virtud y crecimiento. Y no le ocurre. No hay milagro.

Este neófito se va y hace un blog mofándose de los rituales, de los hermanos; pasando por alto los juramentos, decepcionado de la conducta de sus hermanos, o de la manera a veces despótica o burocrática de algunos cuerpos masónicos. Va por la vida diciendo, soy o fui masón, no es la gran cosa. Una piedra se perdió, tal vez. Quizá hasta se quedó; quizá todavía siga asistiendo a las tenidas gracias a una inexplicable inercia.

Es difícil separar al hermano que no ha sido tan entregado a pulir su piedra bruta, de la masonería; distinguir un taller mal dirigido de la masonería; incluso algunos de los landmarks llegan a desviar sobre el verdadero propósito de la orden.

Porque la masonería como organización, está sujeta a los mismos vicios de otras instituciones, porque está aún empapada de profeneidad. Y el masón, es una sola célula de ella. Ambas partes están dedicadas en mayor o menor grado a contener la escencia, el algo al que aspira y aspiramos todos los que estamos aquí.

Por eso se insiste, ni el templo, ni los hermanos, ni los grandes orientes son la masonería, sino meros vehículos de ésta. Gracias a ellos sobrevive el conocimiento iniciático, pero el trabajo del masón es aprenderla y preservarla. La iniciación, si bien marca un antes y después, no es el regalo de la masonería, nada más alejado de la realidad; sino la oportunidad de trabajar para llegar, no sin gran esfuerzo, a conocerla.

Hermano, se te ha abierto la puerta, pero de tí depende cruzarla.

Es cuánto.




M:. M:. Shelley Valdés Herrera

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